Mi nombre es Julián Grigore. A quien corresponda, dejo esta grabación a modo de prueba fehaciente de mi voluntad plena ante la posibilidad de que decida, dentro de muy poco, acabar con mi vida. No puedo dar fe, sin en embargo, de conservar todavía el pleno uso de mis facultades.
Si de algo vale, invoco a la caridad
humana de los responsables de la discográfica que me representa y les solicito
firmemente un acto de honor. Este es, la eliminación de mi último trabajo de
todas las plataformas a las cuales ha sido subido y la entrega de todos los
derechos del mismo a mi abogado, a quien le han sido adjudicadas obligaciones
legales al respecto. A cambio, y a modo de compensación, este los hará
beneficiados de la totalidad de mi herencia, tanto en dinero invertido en
bancos, acciones de bolsa y derechos del resto de mi obra.
Pido disculpas si me extiendo, intento
narrar los hechos que he vivido de la manera más concisa posible.
Todos saben que hasta hace un año atrás,
si bien gozaba de una relativa fama internacional para el público afín a mi género
musical, contrastado al día de hoy era tan reconocido como profunda es la tapa
de un frasco comparada con la fosa de las Marianas. También es de conocimiento
público que no he dado ninguna entrevista hasta el momento y no he aparecido
voluntariamente en cámara desde entonces. Pues bien, quiero dejar constancia de
absolutamente todo lo necesario para que quien deseé, pueda comprender las
decisiones que tomé y las que pueda llegar a tomar.
Quiero dar respuestas a las incógnitas
que surgieron con respecto a mi grupo, mas no daré detalles personales. Todavía
los considero buenas personas. Éramos un excelente equipo, un ejército con
tácticas creativas muy eficientes a la hora de componer. Al contrario de lo que
ellos puedan haber dicho, siempre nos comportamos como una mesa redonda y mas
allá de cualquier roce entre miembros, la banda estaba primero. Además, el
hecho de que se llamara” Grigori” se dio sólo porque buscábamos una palabra
original y mi apellido era el mas exótico de entre los miembros. Nada más. Además,
confieso que la idea no fue mía.
Nunca terminaron de perdonar mi deseo de
explorar un proyecto personal. Lo sintieron como una traición y mi hambre de
crear algo nuevo y diferente se antepuso a cualquier impulso de dar explicaciones.
Hablé de mis intenciones con mi
representante, Alicia Silverman, y como siempre apoyó mi decisión.
Comencé probando grabar en mi casa, en
estudios prestados y pagos. Algunos de ellos histórico, conocidísimos en el
ambiente y (por supuesto) carísimos. Grabé en cinta y en digital. Borracho,
drogado y sobrio. Pero me sentía completamente desorientado, como un aborigen
del Amazonas teletransportado a la mitad de la tundra siberiana. El hambre
creativa que me inundaba no se correspondía con los resultados. Me encontraba
arrastrándome en una ciénaga de sonidos, ritmos y acordes superfluos y carentes
de toda creatividad. Todo me parecía haberlo escuchado o que no mereciera
hacerlo. Llegué al punto de despreciar toda mi obra. Tomé la valiente decisión
de huir.
El azar quiso que me topara con la
cabaña donde me encuentro en una página inmobiliaria que encontró Alicia. Me
sorprendió que estuviese ubicada a pocos kilómetros del camping donde
vacacionaba con mi padre en la montaña. Mi imaginación se inundó de recuerdos
de pesca con mosca, el olor del protector solar y el repelente de insectos, de
la leña de la fogata, el tabaco que fumaba mi padre, las latas de conserva calentadas
en el fuego… Como todo artista sabe, la conexión afectiva es el mejor abono
para cualquier tipo de creación. No la había buscado conscientemente, pero no la
iba a desaprovechar.
La compré sin siquiera verla en persona.
La misma agencia que me la vendió me consiguió un casero. Averigüé por un
contacto que conservaba desde mi infancia, uno de esos amigos estacionales que
uno se cruza pocas semanas al año para volver a ser un desconocido el resto del
mismo y daba la casualidad que todavía seguía viviendo allí, por los técnicos
en instalación de sonido más cercanos y los envié a que prepararan en el lugar
un cuarto de grabación a mi gusto. Debo decir por lo que me encontré cuando lo
vi en persona, estos profesionales trabajaron como duendes construyendo sin
vernos a la cara exactamente lo que tenía en mente.
Mientras esperaba a que terminaran los
preparativos, me dediqué a empacar una selección variada de instrumentos y a
buscar provisiones para el viaje. Esto es, cualquier alucinógeno conocido por
la especie humana y traído desde cualquier esquina del mundo. Hachis de Turquía
del color de azafrán, heroína vietnamita suave y blanca como un gazapo, cocaína
dulcísima y suave, DMT en polvo sintetizado de ayahuasca, peyotes de variedad
caespitosa azul criadas en condiciones especialísimas en interior y hongos de
todo tipo.
Cualquier persona que me haya conocido
medianamente bien sabe que no soy un yonqui. Nada en el mundo me todo más enserio
que drogarme, nunca me he enganchado con nada y siempre lo hice persiguiendo un
fin creativo en particular. Un artista destruido por las drogas genera en mi la
misma repulsión que un chef debe experimentar viendo a alguien atragantándose
con los ingredientes mas caros, refinados y exquisitos.
Cuando estaba por partir me detuve a
buscar una caja de púas de guitarra en el cajón de mi mesa de luz. Debajo de
ella vi el libro. Lo levanté, sentí su enorme peso y su olor a humedad al cuero
de su cubierta nunca se habían ido del todo. Lo había encontrado en mi
adolescencia en un fondo falso del ropero de mi abuela, la bunica Anca, cuando ella
falleció y fui a su casa a juntar sus pertenencias. Era un manuscrito muy
antiguo que a lo largo de sus páginas se podían encontrar imágenes abstractas y
figuras geométricas superpuestas en patrones extrañísimos. Estaba escrito en un
alfabeto o jeroglífico que ningún traductor al que se lo he mostrado ha podido
descifrar.
Rechacé la oferta de algunas sumas
importantes por conservarlo conmigo y me negué celosamente a prestarlo para
realizarle copias. Seguramente, según lo poco que me he logrado informar, fuese
un grimorio antiguo lo cual no dejó de sorprenderme. Mi abuela se mantuvo
siempre en las antípodas del estereotipo de la vieja rumana supersticiosa y mas
de una vez la oí burlarse de sus amigas cuando adornaban sus casas con flores
de ajo, escupían al suelo luego de oír ciertas palabras o rociaban las paredes
de sus casas con agua bendita en algunas fechas del año en particular.
Decidí llevarlo también a pesar de sumar
un peso enorme y posiblemente innecesario. Un poco por nostalgia, un poco
porque recordé haber usado una de sus imágenes como la tapa del disco que me
abrió la posibilidad de dar mi primera gira internacional. Tal vez me traería
suerte, pensé.
Llegué a la cabaña y con el correr de
los días descubrí que mi bloque seguía igual que antes, con el terrible
agravante de estar quedándome sin opciones. Experimenté con toda combinación
posibles de drogas, intercalé ayunos con excesos, medité durante días, caminé
por las montañas, dormí a la intemperie. Nada. Me era imposible alcanzar el
estado mental preciso para componer algo medianamente decente. Algo
trascendental. Algo que no me pareciera una mierda.
El día en el que mi vida aceleró su
marcha hacia el barranco tuvo la creativa idea de cubrirse de nubes y disfrazarse
de noche. Desde la ventana, se veían las luces nocturnas de la ruta cercana
despertándose confundidas. A modo de preludio de un violento relámpago, un
ejército de granizo comenzó a arremeter contra el techo de la cabaña. No me
preocupé por un eventual corte de luz, todas las noches me cercioraba de que el
generador tuviese combustible y funcionara correctamente.
Hacía una semana que no comía y tres
días que no dormía. Los restos de voluntad que aún conservaba sobraron para
acabar la botella de Jameson y juntar los restos de drogas varias que me
quedaban. Me encontré con el problema de que la pipa de vidrio estaba rota. No
recordaba haberla roto. Tampoco haberme acabado mi provisión de papeles para
fumar. Busqué alguna alternativa por toda la cabaña y tardé mas de una hora en
encontrarla. El libro de mi abuela estaba abierto en la hoja en blanco que
continuaba a su tapa frontal. Siempre me sorprendió que un libro antiguo
tuviese una página de cortesía. En otro momento lo hubiese creído un sacrilegio
hacia el recuerdo de mi buni, pero en ese instante no me pareció grave arrancarla.
Cuando lo hice, a contraluz pude observar que llevaba grabada una marca de
agua. Era una mano de diez dedos con cinco ojos en su palma y un texto escrito
en el mismo críptico idioma del libro que lo circundaba. No entiendo cómo no le
di mayor importancia.
Armé un cigarro con las sobras y cenizas
que quedaban. Vayan a saber los dioses cuales estupefacientes y en cuanta
proporción contenía. Lo prendí con la hornalla de la cocina. El humo sabía a
una mezcla de huevos podridos, cobre y hiel, pero insistí en contener el humo
en mis pulmones sosteniendo la tos y la arcada. No demoré mucho en embarcarme
en el viaje. Me hundí en un océano de percepciones. Sentía que me movía con
esfuerzo a través de gelatina y que mi piel no me pertenecía. Cada color que me
rodeaba cobraba el sentido de una nota musical. Corrí hacia el estudio con
miedo de perder a cada segundo la intensidad de la experiencia y tomé la
guitarra. Comencé a tocarla y me aseguré de ver la luz roja de la consola, la
cual indicaba que estaba encendida y grabando. Era una acción a la que mi
instinto estaba acostumbrado a realizar durante cada experiencia lisérgica,
debido a un ensayo alucinante que se perdió en el olvido por culpa de un
descuido.
Surgió de las cuerdas una base simple
pero original, el caldo de cultivo para una narración musical, muchísimo más de
lo que podía decir de todo lo que había logrado desde que empecé a experimentar
como solista. Por fin empezaba a demostrar cuanto valía por mí mismo. Un
cosquilleo comenzó a molestarme en la mano. La miré y observé como sobre ella
se posaba la criatura más horrible y fascinante que vi en mi vida. Parecía
formada por dos calamares siameses unidos por el culo, de tonos grises azulados
y una hilera de ojos minúsculos rodeaba la parte central de su cuerpo. Los
tentáculos de un extremo se aferraban fuertemente del mástil de la guitarra y
los demás se abrazaban a mis dedos. En ese instante comprendí toda escultura y
pintura de éxtasis religiosos que había visto en mi vida. Me encontraba
conectado a una realidad oculta a los mortales y yo era el instrumento con el
que narraban su existencia para darla conocer a nuestro universo.
En medio de ese trance una apertura diminuta
en el cuerpo de la criatura comenzó a dilatarse y terminó expulsando una masa informe
latente y blanquecina que se adivinaba húmeda y fría al tacto. Esta cayó al
suelo y estiró diez patas que, para mi sorpresa, la propulsaron por medio de ágiles
saltos. Su errático recorrido terminó con una extraña pirueta que la llevo a
estrellarse contra la pared acolchada del estudio. En el preciso lugar donde lo
hizo, comenzó a abrirse en una rasgadura que dejaba entrever una luminosidad
multicolor hipnótica… similar a la que forma el detergente flotando en el agua.
No sé cómo, pero ahora sabía que necesitaba
seguir buscando la forma de extender esa apertura con la melodía. Ese era el
fin que necesitaba perseguir para encontrar lo que buscaba hacía meses. En ese
instante mi instinto me gritaba como lograrlo. Solté la guitarra y el pseudocefalópodo
abrazado a mi muñeca hizo lo mismo. Sin dejar de oír los acordes de la Gibson
de una manera demasiado nítida para ser imaginada, intercalé sonidos de bajo, de
batería, teclado y volví la guitarra…mi elemento, mi voz más personal. Descubrí
que podía mover los apéndices de la criatura con la misma facilidad que lo hacía
con mis dedos, logrando sonidos imposibles para cualquier ser pentadáctilo. Con
cada cambio de instrumento sumaba sonidos irrepetibles, la apertura en la pared
se abría más, la felicidad inundaba mi cuerpo y sentía como los tentáculos
ingresaban mas y mas dentro de mis venas.
En el punto mas álgido los vi. Esperaban
detrás de la grieta en mi pared. Debían de medir cinco metros, parecían medusas
que intentaban parecerse a elefantes, de un tono rosa violáceo general, una
torre de umbrelas superpuestas donde debía ubicarse una cabeza, miles de ojos
verdes que se transparentaban dentro de las mismas y patas gelatinosas azules,
gruesas como árboles y casi levitando a un milímetro del suelo.
Sin dejar de tocar los observé un momento
fascinado. Luego atónito. Luego con reparos. Al final con un horror profundo,
instintivo y primigenio. Levantaron a la vez varias de sus patas y lanzaron al
unísono el chillido mas horrible que nadie debe haber escuchado jamás. Caí al
suelo retorciéndome de dolor: una migraña punzante se acompañaba de violentos
vómitos y sentía el corazón empalado por carámbanos. Pude ver entre lágrimas
como se acercaban e intentaban pasar por la puerta que les había creado.
Debía evitarlo a como fuera. Miré a la
criatura de mi mano y la arranqué con todas mis fuerzas, estirando los
apéndices que desgarraban la carne que habían penetrado. La aplasté dentro de
mi puño. Tripas y sangre azuladas chorrearon por mi brazo. El canto de los
gigantes se hizo aún más terrible por un instante. Y se silenció.
El resto de esa noche no lo recuerdo. Solo
sé que fue Alicia quien me despertó al día siguiente. Me encontró confundido, cuando
me preguntó si había conseguido lo que buscaba no supe que responderle. Se
preocupó por mi al no contestar sus llamadas y condujo por horas para llegar a
la cabaña. Se enteró del caos meteorológico que sufrió la zona donde me
encontraba. Recién ahí me enteré que muy cerca de donde estábamos, un tornado
había decidido descargar su furia. Me preparó café, me obligó a comer un sándwich
que traía en con ella, me dio el sermón materno al que ya me tenía acostumbrado
y me obligó a tomarme unas vacaciones, lo cual en su idioma quería decir que me
desintoxicara. Alicia: entre todas las cosas que te debo se incluyen muchas
disculpas…
Como todo parecía un sueño lejano y durante
unos días no estuve seguro de lo que realmente había sucedido, le entregué
todos los archivos y cintas. Le indiqué que se lo entregara a mis productores sin
mucha esperanza de que les interesara algo. El error más grave lo cometí
inocentemente.
Estando en una playa de Costa Rica, descubrí
a través de una llamada por parte de la discográfica que mi última grabación
era un éxito total encabezando todas las listas de reproducciones del mundo. Imaginen
mi sorpresa. No podía creer que alguien estuviera obsesionado con alguna
porquería que había grabado en esa cabaña. O que mis productores siquiera se
hubiesen molestando en editarla. Mucho menos en poco más de una semana. Mucho
menos como una obra única de cincuenta y cuatro minutos.
La pudo escuchar recién llegando a mi
hotel. Caí al suelo de rodillas al instante. Todas las imágenes de lo vivido
aquella noche se reconstruyeron en mi mente a los pocos segundos de
reproducción. Me arranqué los auriculares de los oídos y los arrojé a la
basura. El sonido asqueroso de esas criaturas y el malestar físico que lo
acompañaba me atacaron con furia de nuevo esa noche. Estoy seguro que las confundí
y pude perderlas por un tiempo al cerrar la puerta que yo mismo les había
creado. Pero reproducir esa música de nuevo en mis oídos puso un GPS en mi
cabeza. Me necesitan para volver. Y para colmo, alguien bautizó al tema como “Bienvenidos”,
debido a la única palabra que se escucha de mi boca durante su grabación.
El resto ya todos lo saben. Surgieron
cientos de bandas inspiradas en el estilo que según ellos inauguré ese día, el
cual algún creativo llamó “metal cósmico”. Miles, y algunos dicen que millones,
de imbéciles en el mundo realmente me consideran un mesías. Todas mis
viviendas, excepto esta, son vigiladas las veinticuatro horas del día por
fanáticos, paparazis y personas con contratos para firmarles. Frente a todo
esto, desaparecí del mundo. En cuanto al libro, decidí enterrarlo en la cueva más
inexpugnable que pude encontrar. Evité la tentación de quemarlo, ya que
habiendo el humo de una hoja en blanco producido tal reacción en mí, quien sabe
que males desataría en el mundo el vaho de miles de palabras malditas
transportado por el viento.
El dolor me ataca cada vez mas seguido,
sobre todo por las noches. Cuando lo hace, los escucho tan claramente como el
primer día. Hice la promesa de suicidarme en el plazo de un año si sus gritos
no dejaban de atormentarme por lo menos durante un día entero.
El plazo termina hoy.
Falta poco para la medianoche.
Tengo una botella de whisky en una mano
y un treinta y ocho milímetros en la otra.
Miro fijamente el reloj de péndulo en la
pared.
Y me duele un poco la cabeza.
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